Thursday, August 6, 2015

NUESTRA MÁGICA PATRIA AMAZÓNICA

El texto que reproducimos a continuación es un ensayo escrito en 1928, diez años antes de la fundación de Pando (1938), por el erudito historiógrafo José Salmón Ballivián, en su libro “Por tierras calientes: impresiones, anécdotas e iniciativas referentes al Beni y Noroeste”. Sol de Pando agradece al periodista Carlos Soria Galvarro quién donó a nuestra redacción dicha valiosa obra de Salmón Ballivián…



Bolivia es un país paradógico, es un pequeño mundo aparte que tiene su polo y su ecuador propios y de uso personal. Pero muy al contrario de lo que pudiera creer un extranjero, el polo de Bolivia, en sus grandes montañas, glaciares y páramos, está bien habitado; al paso que su ecuador, bosques enormes, llanuras inmensas y ríos navegables, está deshabitado”.

El Beni —escribe un alemán observador— es la antítesis del altiplano, es el Edén, lleno de plantas y animales y cruzado por bellísimos ríos, pero sin hombres; es decir, el Paraíso antes de la creación de Adán. Explica mejor su pensamiento diciendo que en el altiplano hay el hombre que vive en campos fríos y estériles, sin un árbol y a veces hasta sin agua, mientras que en el Beni hay todo lo demás y falta el hombre.

No hay duda que la Providencia, al crear Bolivia, tenía ganas de divertirse y se dijo: “Bueno. voy a reunir en un sitio todas las bellezas, tesoros y riquezas, pero en forma tal, que a los chicos de la tierra les cueste trabajo sacarlas. Eso va a ser muy divertido”. Y se puso a observar el afán de los hombres por apoderarse de las riquezas, con el mismo placer que experimenta un inspector de espectáculos al observar a los niños luchando para llegar a la cumbre del palo encebado, a las careras de ensacados o tomando las monedas colocadas en el fondo de la olla de miel.

Las dos miradas de Dios

De sus almacenes tomó el buen Dios los metales más preciosos: oro plata, cobre, etcétera, fabricó enormes cerros y metió los metales en el corazón de ellos a miles de metros de altura y profundidad; y como no fuera bastante, los rodeó y cubrió de nieve muy blanca y muy fría. Por otra parte, se esmeró en crear bosques fantásticamente bellos, formados por los árboles más útiles al hombre, como son las siringas, caucho, gutapercha y miles de variedades más. Colocó en su interior bellísimas garzas, venados, loros, capibaras, antas y tuti cuanti. En el interior de las selvas distribuyó también ríos caudalosos poblados de peces sabrosísimos; y cuando veía la perfección de la obra artística que estaba haciendo, se entusiasmó, tanto que se le fue la mano en la cantidad de algunas especies de mosquitos, víboras y haputamus, y en el tamaño de otros como caimanes y boas constrictoras llamadas sicurís. Otra hipótesis para explicar en la época actual la presencia de estos últimos ejemplares: También pudo haber sucedido que cuando decretó el exterminio de los animales antidiluvianos, como aquellos feos y monstruosos iguanodontes, plesiosaurios y megaterios, nuestras boas y caimanes pudieron haberse ocultado, en la espesura de la selva los primeros y los otros en las ondas turbias de los curiches. Sólo así se explica que tamaños animales vivan en estos tiempos en que todo se empequeñece… Caimanes de ocho metros y que se engullen un hombre como si fuera un confite, y boas que estrangulan un buey como una pasa. Por suerte, las primeras no deben ser muchas, pues no las conocen todos, ni los caimanes son temibles cuando los pasajeros están cómodamente sentados en embarcaciones.

La diversión que probablemente se prometía Dios, le salió bien en el palo encebado, pues en efecto, miles de personas rodean los macisos de nieve y resbalando y cayendo logran apoderarse de una pequeña parte de los tesoros que coronan algunas cumbres nevadas; pero no le resultó bien en lo de la olla de miel caliente, por haber acudido pocos a este concurso.

El Beni, el Chapare y el Noroeste


Es cosa que llama la atención al colla oír decir en Trinidad que don fulano o don zutano “han ido al Beni”. Así la verdad, porque la esencia del Beni, la capital del trópico, está en las extensiones bañadas por el río de este nombre. Más, todo el Beni es un Edén, un admirable Edén por la extensión que ocupan sus bosques, por sus animales, por sus ríos, por sus pampas ganaderas como las de Mojos que hacen horizonte, cubiertas de riquísimo pasto del que se nutren millares de toros, pero no esos misérrimos toritos que conocemos, sino enormes moles de carne; cuatro toros refundidos en uno y cuyas cornamentas parecen ramas de árbol seco. Pues, eso mismo archimejorado es el territorio de Colonias del Noroeste, comprendido en una parte de la línea del río Beni, y del Abuná a Bolpebra. A esta región se aplicaría perfectamente aquello tan conocido de:

“No me canso de admirar

esos árboles gigantes

que parecen arrogantes

a las mulas desafiar”.

La diferencia de proporción que hay entre el Beni de Trinidad y el Noroeste, es de uno a diez, no solamente en la exuberancia de vegetación y la calidad y tamaño de ella, sino, que consiste principalmente en que el Beni (no conocemos la región del Iténez que es tan alabada) es muy inundadizo por sus planos muy bajos, en forma que cuando llega la creciente, todas aquellas pampas y bosques se llenan de agua, pereciendo gran parte del ganado que no ha podido refugiarse en las pocas alturas que existen, sobre todo en la zona del Mamoré. Igual cosa pasa con la región cochabambina del Chapare, de vegetación mucho más lujuriosa que el Beni. De su vecindad, pero que adolece en gran parte del mismo defecto. En cambio el Noroeste está libre de este inconveniente y goza de otras ventajas. Este último cuenta con grandes extensiones elevadas, de mejor clima, vegetación sencillamente extraordinaria, llanuras con pasto, planos para cultivos sin peligro de inundaciones.

En el Noroeste, la vida en el mal llamado territorio de Colonias  y que más propio sería llamarlo Delegacional u otra cosa, menos el que lleva, es muy fácil por la abundancia de arroz, plátano, pescado, etcétera, así como se dispone de buena carne de res aclimatada y engordada en la región. Los obreros encuentran siempre trabajo y no obstante las facilidades alimentarias a que nos referimos, cobran jornales que no bajan de cuatro bolivianos diarios.
El Beriberi no existe más y las fiebres acusan un porcentaje reducido, así como la ankilostomasis, por efecto de los medicamentos de reciente aplicación y que son abundantes y baratos.
Se puede asegurar sin hipérbole que el porvenir de Bolivia se encuentra en estas regiones tropicales a las que la naturaleza les ha dotado de sus mejores galas y dones. Señores bolivianos, hay que conservarlas, poblarlas, explotarlas y sobre todo cuidarlas…

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