Wednesday, March 25, 2015

Un mes después de la inundación, el Acre "se hace el opa" en Cobija

El Río Acre, que marca la frontera más septentrional de Bolivia con Brasil discurría calmo el martes diametralmente distinto al que hace pocas semanas, furioso, desbordado como nunca en 50 años, se tragó, entre otras, la barriada de Puerto Alto, en uno de los extremos de la ciudad de Cobija, donde María, una de sus víctimas recientes, lo mira con recelo.

Diera la impresión que nada o muy poco ha pasado en la Cobija que hoy, que a diferencia de una década atrás, muestra facha de ciudad, tiene pinta de urbe en proyección. Se parece, salvo tiempo y matices, a la Santa Cruz de mediados de los '70 del siglo pasado o quizás poco más.

Cerca del río, a más menos 300 metros y del limítrofe Puente de la Amistad, en la calle Litoral, emplazada en una hondonada, el agua obscura ya insumida ha marcado las paredes de los frontis de las casas, como, ex profeso, para que el lugarejo cuente la posibilidad de mostrar hasta dónde se metió el turbión.

Una advertencia a tiempo salvo vidas pues el turbión llegó de noche.

Los propietarios de ésa y otras calles han barrido ya el lodo y el polvillo ingobernable que deja el fango seco, han recogido la basura, miles de botellas pet y latas de cerveza y gaseosa, han pasado el trapo por los entresijos y los que más daño sufrieron han mudado la oficina, "a la vuelta" o más allá.

"Se comunica a los señores asegurados y público en general que por motivos de inundación la Caja Petrolera se traslada a la Calle 15 de Julio..." se lee en un impreso de una hoja tamaño oficio echada en horizontal en una de las puertas de la calle Litoral.

El agua en masa amorfa y rugiente damnificó a unas 1.000 familias o tal vez menos en Cobija que limita con dos ciudades brasileñas gemelas: Epitazolandia y Brasilea.

Fue tan duro que el golpe de agua llegada del Perú quebró por el lado más vulnerable la península de Brasilea, que el Acre contorna, y se puso, tras tirar abajo el dique, en el lado boliviano. Eso nunca había pasado, recuerdan los más viejos que han visto al río cambiar de humor de un momento a otro.

Este fenómeno imprimió más volumen de agua en el lado boliviano y Puerto Alto, donde habitan en comunión extraordinaria, bolivianos y brasileños, se cubrió hasta la copa de los árboles.

Leny Baptista Figuereido, nacida en hace décadas en Brasil pero vinculada sentimentalmente con boliviano y avecindada en Cobija "hace ya tanto tiempo", es una de ellas.

Madre de 3 hijos, todos de uniones meteóricas con el empresario ése, Leny, delgada, piel cobriza, cabello rizado pintado por algunos canos, es una de los cientos de damnificados que, ahora mismo, vive en una tienda de lona instalada en una cancha de cemento cerca de donde el agua zarandeo su vivienda de hojas de madera.

Debe frisar los 40, aunque ella admite 38. Dice que "en un caso" se sacó el primer vástago y en otros tantos los demás. La mujer que se gana la vida "haciendo brochetas" para que otro las venda, vive con Felipe, el segundo de sus 3 hijos, un rubicundo pícaro como él solo en los umbrales de la adolescencia. La mayor de sus hijos vive con sus parientes en Belho Horizonte y la otra en Santa Cruz.

"No les gusta vivir aquí porque, dicen, hay 'mucha pobreza', reseña esta mujer que como todos sus vecinos pasa los últimos días bajo el tinglado, donde las autoridades de Pando le dieron albergue a muchos de los evacuados de febrero, cuando el Río Acre cobró tamaño y se mandó sin salvoconducto por la tierra más septentrional de Bolivia.

Las aguas ya bajaron y las familias de este Puerto Alto tratan de recobrar el estado de cosas antes de la inundación que las sacó del terreno, más o menos 2.000 m2 que ocupan en las veras de Río Acre, cerca del barranco.

Se trata de una suerte de canchón donde estos bolivianos y brasileños han levantado sus 'apartamentos' en propiedad vertical.

Sin cimientos, lo que supone piso de tierra apisonada, bien nomás mientras no haya agua cerca, y paredes de hojas de madera cualquiera, que es lo que más abunda, las casas quedaron maltrechas tras el embate de las aguas del río que en 2012 se enfureció y les puso de patitas aquella vez a la calle.

Con enormes pedrones se dan formas para aplanar la tierra aún blanda de lo que será el living, la sala de estar, la cocina y los dormitorios, pues el 'toillete' está un poco alejado: una improvisada letrina en la corona de un pozo ciego lleno de insectos, de esos que fagocitan estiercol. De cal, ni hablar.

El agua dejó enclenques o desvencijadas las casas de madera. Los vecinos se ufanan en demostrar al forastero hasta dónde llegó el agua. Para ello emplean largas ramas de toronjal, de copuazó o de bambú y se paran sobre las puntas de los pies y estiran hasta no más los brazos y el cuello. Arriba, cerca de las copas, líneas descritas por trazas de lodo seco evidencian que el agua se elevó hasta 15 metros del lecho y se metió en el 20% de Cobija.

A mediados de febrero, desde el Perú habían avisado que el río se hubo desbordado y que el agua corría rápido.

Hubo tiempo de sacar los muebles, los enseres y salvar la familia y las mascotas.

El agua llenó de un momento al otro y tapó todo. El barranco desapareció y la avenida Luna Pizarro y hasta la cancha comenzaron a anegarse.

A un mes de la inundación, cerca del barranco, el suelo está blandito y cubierto por las horas secas de bambú.

Más abajo, el Acre no ruge ni amenaza. Esta sociego. Apenas se le escucha.

María, una de las evacuadas, quiere cobrarle el daño inferido, el hecho de haberla puesto en la calle durante 30 días y darle más trabajo que el esperado en la casa revuelta de piso a techo: "!Mírelo, si se hace el opa (tonto)!".

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